Un baile que fue cita a ciegas con la muerte en la discoteca Jet Set

El lunes 7 de abril de 2025 acudí, sin saberlo, a la más catastrófica cita a ciegas con la muerte. Por misteriosos designios de Dios, salí con vida de entre los escombros de una tragedia que desgarró a muchos y me dejó con el alma rota, pero con el deber de seguir adelante, respirando un nuevo propósito.

Agradezco estar vivo, sí, pero es una gratitud doliente. Porque esa noche muchos no salieron. Murieron atrapados bajo los muros que alguna vez fueron el refugio de sus sueños y de sus risas. Amigos, desconocidos, seres vibrantes que bailaban con alegría sin imaginar que su última fiesta sería también su despedida.

Todo comenzó con una llamada de Nelsy Cruz, mujer generosa, luminosa, con la alegría a flor de piel. Me dijo que estaría en la ciudad por unos días y que pensaba ir al concierto de Rubby Pérez en Jet Set.

Le dije que la alcanzaría allá después de una reunión nocturna, aunque no me quedaría hasta tarde, porque madrugo para estar en El Gobierno de la Mañana. De hecho, estaba en los minutos finales de mi presencia en la discoteca cuando me atrapó la tragedia. 

Llegué primero y, como todo fue improvisado, entré a buscar mesa. Allí se inició el misterioso juego del ángel de la muerte con el destino, pues me colocaron en un pequeño espacio, como una cueva, al fondo de la pista de baile donde había algunas seis mesas pegadas y por los lados del bar. 

Minutos después salí a recibir a Nelsy, que llegó con una amiga que más tarde fue heroína.

Al regresar, nuestra mesa había sido ocupada. Decidimos buscar otro sitio y, tras varios intentos, el camarero nos ubicó cerca de la salida de emergencia. Protesté, no me parecía que correspondiera a la categoría pagada. Pero el camarero me lanzó una frase que, hoy sé, estaba cargada de destino: “Es la última mesa disponible.”

Entre saludos, risas y bailes, la noche parecía transcurrir con la energía habitual. Eduardo Guarionex Estrella, como siempre afectuoso, vino a saludarme. Conversamos de temas personales y públicos.

En la pista, coincidimos un par de veces con el buen amigo y exsenador de San Cristóbal, Franklin Rodríguez, quien disfrutaba como nadie en ese piso de luces, y con quien bromee en lo que pudo haber sido nuestro último baile. 

Rubby Pérez subió al escenario con una llamativa bufanda rosada. Creo que comenzó con “Tú vas a volar”. Yo, pendiente a mis favoritas, esperaba ansioso que sonaran “Hipocresía”, “Volveré”, “Fiesta para dos”, para invitar a Nelsy a la pista.

En los minutos finales previo a la tragedia, conversaba por mensaje con mi gran amigo Héctor Acosta “el Torito”, hacíamos planes para su presentación del 30 de junio en el mismo lugar. Le envié incluso un video.

El azar lanzaba sus cartas, habíamos referido bailar el último merengue al lado de la mesa porque la pista estaba llena. 

Le había comentado a Nelsy minutos antes que esa discoteca ya había que remodelarla. Era su primera vez allí. 

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Infografía

El periodista Abel Guzmán Then en una foto tomada en diciembre del 2024 en la discoteca Jet Set. (SUMINISTRADA)

El derrumbe fatal

Sentado, con el celular sobre la mesa, mirando hacia la tarima, vi cómo se desprendió parte del techo. Supe de inmediato que todo se vendría abajo.

El instinto me hizo moverme en microsegundos hacia la derecha, en sentido contrario al epicentro del desastre, que finalmente me atrapó

Me di cuenta de que estaba vivo, pero tenía bien golpeado el hombro y la pierna izquierda presionada por los bloques de cemento caídos. 

Pensé en dónde estaba Nelsy. Miré y la vi cerca, a mi derecha, también atrapada por la mitad de su cuerpo en los muros. Me consoló verla viva, y que me vio y dijo: “Ay, Abel”. 

Le dije que aguantara hasta que nos rescataran

El polvo, los gritos, la desesperación… el escenario era dantesco. Logré liberar mi pierna, dejando atrás el zapato. Apenas podía respirar, los pulmones y el abdomen me dolían.

Pedí a un camarero que estaba debajo del techo de la salida de emergencia frente a mí que me halara por el brazo derecho para poder salir. Así lo hizo. 

Ya afuera, le pedí que ayudara a Nelsy, que era la gobernadora de Montecristi. La joven que nos acompañaba, convertida en heroína, salió de entre los muros y pidió ayuda por teléfono.

Con su chofer y otro hombre, removieron los escombros. Yo también ayudé, con el brazo derecho. Al halarla, todos caímos. “Salgan que esto se va a seguir cayendo”, gritó alguien.

La sacaron por la salida lateral. La subieron a su yipeta y se la llevaron. Yo me quedé en la acera, sin fuerzas. A mi lado, una mujer lloraba, suplicando ayuda. Un hombre pasaba grabando en lugar de asistirla.

Vi a un anciano y le pedí que me ayudara a levantarme. Pero al apoyar el pie izquierdo, supe que estaba fracturado. También el hombro, las costillas. Un policía me vio y me acompañó hasta una ambulancia.

Desesperado por el dolor, pedí que me llevaran a una clínica. Pero el camillero insistía en esperar otro herido para “rendir el viaje”. La joven paramédica me tranquilizó, me evaluó y sugirió la clínica Abreu, por tener tomógrafo y rayos X las 24 horas.

Acepté. A los minutos trajeron a la ambulancia a un señor con problemas en una pierna, quien también aceptó irnos al mismo centro clínico ya que teníamos nuestros seguros y tarjetas de crédito. Partimos juntos. Fue un viaje breve, eterno y tortuoso.

Emergencia de la gloria

En la clínica me recibió el veterano cirujano Máximo Domínguez. Con la calma que da la experiencia me dijo: “¿Comando, qué le pasó? Tranquilo”. Limpió mis heridas, me suturó incluso por dentro de la boca.

El dolor era insoportable. La doctora Katherine Acosta me atendió con una paciencia celestial mientras yo intentaba recordar números telefónicos de mis familiares y amigos hasta buscándolos en Google y las redes sociales, para que ella los llamara.

Había perdido el celular. Lo dejé en la desgracia, como enseñan los manuales de aviación: olvida lo material, salva la vida.

Días después, un oficial recuperó mi celular de entre los escombros y lo entregó a mi amigo Juan Reyes. Lo había encontrado un «buzo» en una pala mecánica. Lo recuperé gracias al mensaje de bloqueo que le dejé activado.

Esa madrugada, tras varios intentos, logramos contactar a mi tía Yohanny Then. Fue la primera en llegar. Luego vendría un desfile de afecto: familia, amigos, conocidos, hasta compañeros de la infancia. Sus mensajes, visitas y abrazos drenaron mis lágrimas y me devolvieron el ánimo.

Mi hermana Lissette, mis tíos Yohanny y Reynaldo, mi amigo Juan y su esposa la doctora Keila Acosta estuvieron en la vanguardia de la emergencia hasta que llegaron mis padres Rafael y Minerva desde San Francisco de Macorís. 

El mensaje y la misión personal que me deja esta experiencia los trataré de descifrar en los días que me queden por la benevolencia divina en este plano, pero hoy sin dudas mi corazón rebosa de agradecimiento a Dios y a quienes me han mostrado ese cariño oculto que me tenían. 

Este es mi segundo “chance”. Ya el 3 de septiembre de 2009 estuve atrapado por unas horas en los brazos tenebrosos de la parca, víctima de un atraco por cuatro individuos armados para robar mi carro la noche de ese jueves en mi ciudad natal, San Francisco de Macorís.

Terminé dando gracias a la vida por volver a nacer luego de ser lanzado por un despeñadero de una zona apache de la autopista Duarte, entre Santiago y La Vega, pasadas las 11 de la noche. 

Mientras tanto, entre las canciones de Rubby Pérez y las dantescas escenas que se repiten como relámpago en mi mente, seguiré luchando para superar el duelo por las víctimas y el absurdo hecho de esta injustificable tragedia.

Fuente:

diariolibre.com

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