Tenía 21 años. No era político, ni militar, ni funcionario. Pero aquel 25 de abril de 1965, el hoy historiador dominicano Frank Moya Pons, terminó escribiendo a máquina los primeros decretos del Gobierno constitucionalista.
Todo comenzó cuando José Francisco Peña Gómez tomó los micrófonos de La Voz Dominicana. Desde allí llamó al pueblo a salir a las calles para poner fin al Triunvirato, el Gobierno encabezado por Donald Reid Cabral. La respuesta fue inmediata: una multitud de entre 10,000 y 15,000 personas salió a manifestarse y fue enfrentada por la policía.
Esa misma noche, Reid Cabral admitió que se había iniciado una revuelta militar. Anunció un ultimátum. Al día siguiente, la tensión se trasladó a la calle El Conde. Desde temprano, oficiales colocaban ametralladoras en las esquinas. Entre ellos, el mayor Manuel Núñez Noguera. Horas después llegó el contingente militar denominado “hombres rana”, tomaron posiciones estratégicas y establecieron su comando en la emisora Radio Guarachita.
Fue allí, mientras escuchaba las conversaciones entre oficiales rebeldes, donde Moya Pons oyó por primera vez el nombre del coronel Francisco Alberto Caamaño, según relató en abril pasado durante un seminario en conmemoración de la Guerra Civil de 1965, celebrado en la Casa de América Latina en París, Francia, organizado conjuntamente con la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode).
El poder en papel
En su testimonio, Moya Pons recordó cómo, el 25 de abril, en pleno caos político y militar, el Gobierno constitucionalista comenzó a tomar forma de manera completamente informal. En el Palacio Nacional, una pequeña oficina se convirtió en el centro improvisado de un singular proceso de nombramientos.
Luis Moreno Martínez, quien había trabajado como consultor o subconsultor jurídico en el gobierno de Juan Bosch, tomó la maquinilla y comenzó a escribir los decretos, a nombrar personas, pero, se dio cuenta de que, estando de mecanógrafo, estaba perdiendo función política. Y preguntó:
—¿Aquí no hay un mecanógrafo?
Fue entonces cuando el joven Moya Pons se ofreció:
—Yo soy mecanógrafo.
Fue entonces cuando el joven Moya Pons se ofreció:
—Yo soy mecanógrafo.
Con una máquina de escribir al frente, comenzó a redactar los primeros decretos con los nombramientos clave del nuevo gobierno. El proceso era directo, casi rudimentario:
—¿Y tú cómo te llamas?
—Yo soy Salvador Jorge Blanco.
—¿Qué tú quieres ser?
—Procurador fiscal de Santiago.
La voz corrió: estaban nombrando funcionarios. Pronto comenzaron a llegar dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano con sus solicitudes:
—¿Y usted, don Manolo?
—Gobernador de La Vega.
—¿Y Máximo Reynoso Solís?
—Procurador fiscal de La Vega.
Moya Pons cuenta que, en medio del desorden, apareció el contralmirante retirado Luis Homero Lajara. Al ver el caos, dijo:
—Aquí no puede haber tanto desorden. Esto hay que manejarlo con sentido militar y de seguridad. Lo primero es que yo voy a ser Director de Seguridad Nacional.
Y ordenó:
—Hazme un decreto y prepárame el carné.
De inmediato se nombró a varios encargados de seguridad. Luego, Lajara le dijo a Moya Pons:
—Y tú vas a ser asistente del presidente Molina Ureña. Hazte tu decreto.
Y Moya Pons manifestó —“no, decreto no”—. Pero se hizo un carnet que, asegura, debe estar guardado en algún sitio de sus archivos .
Así se conformó, entre la agitación de esos días iniciales, el gabinete que intentaría organizar, sin protocolos, un gobierno constitucionalista. Todo según el testimonio de quien entonces era un joven testigo y hoy es un reconocido historiador.
La “cobardía” de Bosch
Uno de los momentos más relevantes del relato de Moya Pons fue su desmentido a la versión que retrata a Juan Bosch como cobarde por no haber viajado a Santo Domingo durante la insurrección.
Según recuerda, esa misma noche del 25 de abril, un grupo de los que resistían en el Palacio, logró contactar al expresidente en Puerto Rico. Bosch, informado de la situación, expresó su deseo de regresar en avioneta a Santo Domingo. Sin embargo, todos lo desaconsejaron:
—Profesor, si ya nos han atacado en tierra, lo van a tumbar en el aire.
Por razones de seguridad, se le pidió expresamente que no volviera.
—Eso despeja la versión de que Bosch no vino por cobardía —afirmó Moya Pons—. Yo fui testigo de que se le prohibió venir.
¿Por qué la Marina de Guerra retiró su apoyo?
El testimonio de Moya Pons también incluyó una anécdota crucial para entender el aislamiento del gobierno de Molina Ureña. A las 11:30 de la noche altos mandos de la Marina —entre ellos, el jefe de Estado Mayor, Rivera Caminero, y el comandante Frank Amiama— llegaron al Palacio Nacional y expresaron su disposición de apoyar la causa constitucionalista.
Entusiasmado, Molina Ureña les pidió que movilizaran sus fragatas frente a la base aérea de San Isidro y la atacaran.
—Sí, señor, cómo no —respondieron los oficiales.
Pero al día siguiente, las unidades navales estaban frente al mar… para observar, no para combatir.
Años más tarde, en una conversación entre Moya Pons y Amiama, el historiador le preguntó por qué no cumplieron la orden. Amiama fue claro:
—Cuando vimos a esos 11 individuos ahí dentro, y a cuatro o cinco civiles armados, dijimos: “Aquí no está el poder”. Y nos fuimos.
Posteriormente, el almirante Caminero declaró en una audiencia en Washington que el presidente estaba rodeado de soldados rusos.
—Pero si había alguien que podía parecer ruso, era yo, por los ojos claros —ironizó Moya Pons, citando al historiador Piero Gleijeses.
Fuente:
diariolibre.com