Bajo el sol cálido de la calle central de Los Guaricanos, Ramona García, de 70 años, se coloca cada mañana desde hace tres años junto a la mesa improvisada donde se apilan decenas de plátanos verdes. Su puesto, hecho de paletas de madera gastadas, está ubicado frente a una pared de bloques y zinc, donde impera su trabajo y resistencia.
Ramona vive con atrofia muscular, una condición que le dificulta moverse con agilidad, pero que no ha logrado apartarla de lo que ama: trabajar. “No me gusta estar sentada, me gusta ganarme mi cuarto”, dice con una sonrisa firme mientras acomoda un racimo.
Cada día, junto a su hijo, descarga plátanos y organiza la venta. Entre risas y regateos con los clientes, encuentra en este pequeño negocio no solo un sustento, sino un motivo para levantarse cada día. “Desde los 12 años, trabajo, siempre lo he hecho de forma digna. Este es mi orgullo”, asegura.
Cada mes gasta alrededor de 7,000 pesos en medicamentos, para lo cual recibe ayuda, pero nunca ha permitido que su condición la convierta en espectadora de la vida. Desde los 12 años ha estado activa, pasando por labores como conserje y empleada doméstica.
“Mis hijos me dicen que me quede tranquila, que busque un resort y descanse, pero yo no me niego. Me gusta trabajar, eso dignifica”, asegura al manifestar que así no depende de nadie para vivir.
Orgullo
Para ella, el trabajo es más que una obligación: es una forma digna de vivir, de mantenerse activa y de seguir sintiéndose viva.
“No tengo que pedirle a nadie, mis hijos me ayudan y yo los ayudo a ellos”, explica orgullosa. “Tú te imaginas que yo me siente, me quedo tullida… no, hay que trabajar”, manifestó.
Esta madre de cuatro hijos, dos ellos comerciantes, tiene un mensaje claro para la juventud: “A los jóvenes les digo que no se queden sentados, que trabajen, que busquen su sustento con dignidad. No hay mejor camino que el esfuerzo”, exhortó con su experiencia de quien sabe que solo con trabajo se construyen los sueños.
Fuente:
diariolibre.com