Vestidos con imponentes coronas adornadas con plumas de pavo real o pajuil, capas repletas de cintas multicolores y espejos circulares, y camisas de tonos intensos que armonizan con pantalones igual de vibrantes, los Guloyas irrumpen en escena como un estallido visual.
Sus rostros, cubiertos por máscaras metálicas rosadas, devuelven destellos de luz y misterio, mientras un par de tenis en sus pies revela, sin disimulo, la fusión audaz entre tradición y modernidad.
Así se presentan los Guloyas, una expresión cultural nacida en el corazón de San Pedro de Macorís y profundamente ligada a la herencia cocola. Esta tradición no solo deslumbra por su estética, sino que se alza como símbolo de resistencia, memoria y orgullo afrocaribeño.
La historia de los Guloyas, su ritmo, danza y significado, está documentada en el libro Aporte de los Cocolos a la Identidad Nacional Dominicana, bajo la autoría de Avelino Stanley.
Según el autor, esta manifestación cultural no debe entenderse únicamente como un espectáculo artístico, sino como un espejo vivo de la identidad colectiva de una comunidad que supo resistir, adaptarse y enriquecer el alma dominicana.
La música que acompaña esta tradición es tan poderosa como su imagen. Está compuesta por un tambor base que marca el compás, un redoblante que añade urgencia rítmica, una flauta aguda que lidera la melodía y un triángulo metálico que chispea con brillo sonoro.
Como explica Stanley, este conjunto sonoro no solo acompaña: narra, transforma y conecta con la memoria cocola. Es una forma de contar la historia a través del ritmo, un idioma que se escucha y se baila.
Las coreografías de los Guloyas, ejecutadas por entre 15 y 25 bailarines en escena, no son meros pasos de baile. Son una declaración cultural, una sincronía de cuerpo, sonido y presencia escénica que reafirma la identidad de una comunidad.
El vestuario, advierte Stanley, no es solo un ornamento llamativo, sino un lenguaje visual cargado de símbolos.
En 1983, fueron integrados al Desfile Nacional de Carnaval. Aunque, como afirma el sociólogo Dagoberto Tejeda en el libro Aporte de los Cocolos a la Identidad Nacional Dominicana, no se trata de una comparsa carnavalesca en el sentido tradicional; su potencia visual y sonora los volvió esenciales en cualquier celebración popular dominicana.
El origen de los Guloyas
El origen de los Guloyas se remonta a las migraciones de los cocolos, trabajadores afroantillanos llegados desde las islas británicas del Caribe, quienes trajeron consigo tres manifestaciones culturales: The Mommise, David and Goliat y Cowboys and Indians.
The Mommise, también conocida como el baile de las momias, llegó con su carga teatral desde el siglo XVII. David and Goliat ofreció el dramatismo de los relatos bíblicos, mientras que Cowboys and Indians trajo consigo la influencia del viejo oeste.
Estas representaciones, llenas de improvisación y crítica social, se escuchaban y se veían en las calles de San Pedro y sus ingenios azucareros durante la década de 1950.
Los actores, en su idioma original, el inglés, tocaban con frecuencia temas que incomodaban al poder. Sin embargo, bajo la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, las autoridades impusieron restricciones severas: solo se permitían pasajes estrictamente bíblicos, y quienes se atrevieran a desobedecer eran objeto de arrestos y censura.
Más allá de San Pedro de Macorís
Con la apertura democrática iniciada en 1978, los Guloyas comenzaron a expandirse más allá de San Pedro de Macorís. Su presencia fue requerida en otras provincias, en especial en la capital, y, con el tiempo, cruzaron fronteras para participar en festivales internacionales.
El mayor reconocimiento llegó el 25 de noviembre de 2005, cuando la Unesco declaró a los Guloyas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Para Avelino Stanley, este honor no solo celebra a los bailarines y músicos que mantienen viva la tradición, sino que consagra la huella imborrable de los cocolos en la identidad nacional dominicana.
Fuente:
diariolibre.com