Colombia vuelve a enfrentar una herida abierta en su historia reciente con el asesinato del senador y aspirante presidencial Miguel Uribe Turbay, ocurrido el 11 de agosto de 2025, dos meses después de recibir disparos durante un mitin político en Bogotá.
El crimen no solo conmociona por la relevancia del cargo que ocupaba y su proyección política, sino también por el eco trágico que guarda con el destino de su madre, la periodista Diana Turbay, secuestrada y asesinada en 1991.
Ambos casos, separados por 34 años, comparten un patrón que revela la persistencia de la violencia contra figuras públicas en Colombia. Diana Turbay fue engañada y secuestrada por el grupo de Los Extraditables, liderado por Pablo Escobar, como parte de una estrategia para presionar al gobierno contra la extradición.
Ella murió durante un operativo militar, en circunstancias que aún generan debate. Miguel, por su parte, fue víctima de un atentado perpetrado por un menor de edad, en un hecho que la Fiscalía tipificó como magnicidio y que podría estar vinculado a grupos armados ilegales.
Ejerciendo su profesión
En ambos casos, la muerte llegó en medio de sus actividades profesionales y públicas: Diana ejercía como directora del noticiero Criptón y Miguel lideraba su precampaña presidencial. Ninguno recibió advertencias concretas que les permitiera evitar la tragedia, y ambos fueron alcanzados por la violencia en escenarios donde el diálogo y la democracia deberían prevalecer.
La dimensión simbólica también es inevitable. Diana era hija del expresidente Julio César Turbay Ayala; Miguel, su nieto. Dos generaciones de una familia con profunda trayectoria política han sido blanco de ataques letales, lo que subraya cómo el peso del apellido no ofrece inmunidad frente a los riesgos del ejercicio público en el país.
El impacto familiar es igualmente doloroso. En 1991, la madre de Diana, Nydia Quintero, señaló tanto a Escobar como al entonces presidente César Gaviria por la muerte de su hija.
En 2025, la esposa de Miguel, María Claudia Tarazona, se convirtió en portavoz del dolor y la resistencia, prometiendo cuidar de sus hijos y manteniendo vivo su legado.
Un detalle que aumenta el paralelismo es que, al momento de su muerte, tanto Diana como Miguel dejaron un hijo en edades similares, lo que multiplica la sensación de repetición y tragedia en la familia.
La desgracia con distintos contextos
Los asesinatos de madre e hijo ocurrieron en contextos distintos, el de Diana, en el auge del narcoterrorismo; el de Miguel, en un país formalmente en posacuerdo con las FARC, pero aún afectado por disidencias y violencia política, pero comparten un elemento central: la imposibilidad de garantizar la seguridad de quienes ejercen liderazgo público.
Ambos casos han suscitado pronunciamientos de alto nivel y promesas de justicia. En 1991, la indignación se mezcló con la incertidumbre sobre los verdaderos responsables de la muerte de Diana.
Actualmente, la Fiscalía y la Policía se comprometen a identificar a todos los autores materiales e intelectuales del asesinato de Miguel. Sin embargo, el recuerdo de impunidad que rodeó el caso de su madre genera un escepticismo inevitable.
La historia de la familia Turbay, marcada por el servicio público y la tragedia, refleja una Colombia donde la violencia ha intentado silenciar voces en distintos frentes, el periodismo y la política, sin lograr apagar el compromiso con el país.
La repetición de este drama familiar plantea una pregunta inquietante: ¿cuántas generaciones más deberán enfrentar el mismo destino antes de que la violencia cese?
Fuente:
diariolibre.com